Los Héroes del presente

Muchas veces se ha especulado si José de San Martín hubiera vivido en el actual presente de nuestro devenir cotidiano, cuáles habrían sido las acciones en las que se hubiese visto envuelto y de qué manera.
Tantas veces añoramos la presencia de esos héroes impolutos que, predestinados al bronce, serían fácilmente reconocibles en la sociedad de hoy en día.
No deja de ser cierto que cuando se habla sobre el tema, se incorpora la sensación de que en un mundo tan convulsionado como el de hoy, la palabra "héroe" es asignada a los hombres que salen a trabajar en condiciones desalentadoras, en situaciones paupérrimas, y que aún así no trasgreden ninguna norma moral, y que desfilan en la vida de manera ejemplar, siendo en el mejor de los casos dignos de admiración en los micromundos a los que pertenecen.
Pero eso a veces parece no conformarnos; ya sea porque no conocemos todos los casos, o porque, sencillamente, pedimos de estos héroes anónimos un cambio social que remplace las normas adulteradas con las que convivimos, y que ellos no están en condiciones de realizar muchas veces por la falta del recurso apropiado.
Hoy me toca dar a conocer y honrar la memoria de un hermano y amigo que se ajusta con precisión a esta definición de héroe anónimo que busca el cambio social.
Me tocó conocerlo en nuestra Institución. Por un error geográfico del que suscribe no fue mi segundo aplomador, ya en la ceremonia de iniciación fue el experto que me hizo compañía durante todo el ritual.
Hombre sencillo que hasta solía parecerme naif en su accionar, pero férreo en sus valores y en su determinación para realizar las cosas.
Basta mencionar que de su bolsillo, por cierto no inagotable, entregaba dinero a la viuda de un hermano en nombre de la Logia, cuando ésta no tenía en su tesoro el importe que la cuñada necesitaba mensualmente; o que iba una vez por semana al hogar Bernardino Rivadavia tomando tren y dos colectivos, cargado con bolsas que contenían diversos enseres que su Logia Madre había recaudado en pos de realizar una labor filantrópica apoyada en ese entonces por pocos; o que invariablemente cuando cualquier hermano necesitaba de su palabra o de sus oídos , él se encontraba presto a ayudarlo y a buscarle una solución.
Cuando tomaba la espada era temible, ya sea en la reprimenda amable pero certera, como así también en ocasiones que ameritaban la salida del guerrero que tenía dentro, en innumerables asambleas de todo tenor.
No escatimaba tiempo propio, y muchas veces se lo veía agotado por ser al mismo tiempo oficial de una o más logias, directivo del Hogar, gremialista militante, militante político, el familiar a quien acudir, el amigo; todo esto sin descuidar su vida privada.
No tenía el límite de la estrategia más favorable cuando se le presentaba la injusticia delante; avanzaba sin prestar atención aún teniendo a Goliat armado con un par de misiles enfrente.
Tuvo también la traición como compañía y el desengaño de los afectos, como así también la herida que produce el chismorreo producto de la envidia de su persona; pero tal como lo atisbarán ustedes, no se detenía ante esas nimiedades, aún perdonando a quienes lo agredían.
Para quienes gozamos de su amistad, su persona se transformó en un símbolo de por qué no debemos claudicar en la lucha que muchas veces libramos en la vida. Extrañándolo nos preguntamos qué haría en el presente si estuviera hoy aquí.
Por eso en el presente me atrevo a llamarlo héroe como espero que muchos sean. Su nombre, el símbolo, es German Esteban Espié.
 Cristian M. A. Álvarez